CON SUS PROPIAS
ALAS.
por José López del Puerto.
A principios de 1994, al doctor Mario de la Garza García
se le ocurrió crear una asociación de pilotos del aeropuerto
El Lencero, de Xalapa, para hacer contrapeso al autoritarismo del nuevo
jefe de pilotos del Gobierno del Estado de Veracruz, de apellido extranjero
y recién llegado de la capital de la república. Asi nació
la AMPPA,(Asociación Mexicana de Pilotos y Propietarios de Aeronaves,
AC), de miras más amplias y que tuvo como primer presidente al doctor
y como consejero al jefe de pilotos.
Meses después, el flamante presidente decidió publicar
personalmente un boletín de aviación que cabía en una
sola hoja y le pidió al mentado jefe de pilotos y consejero, que
para entonces ya era muy cuate de todos, que escribiera un artículito
con comentarios. Así nacieron el boletín "NotiAMPPA"
y la columna "Comentarios del Zopilote Vengador", que fue el pseudónimo
con el que el capitán Carlos Kauffman (que así se llama el
susodicho) eligió colaborar. A fines de ese mismo año, el
doctor comentó que la hojita podría crecer a cuatro páginas
si el ya famoso Zopi se comprometía a escribir mensualmente una y
yo aceptaba escribir otra, ya que él escribiría la portada
y en la página restante podría poner cualquier colaboración
que recibiera o incluir algún mapa o fotografía. El Zopi y
yo aceptamos y en enero de 1995 apareció por primera vez mi columna
"Hangar Siete", de espaldas a los "Comentarios" del
Zopi .
Cuando en 1998 se creó FEMPPA (a cuya creación contribuyó
la unión y camaradería que el NotiAMPPA había generado
entre un grupo de pilotos), David G.Zambrano Villarreal propuso en Monterrey
al doctor de la Garza, que el NotiAMPPA cambiara su nombre a NotiFEMPPA
y fuera el órgano oficial de la Federación Méxicana
de Pilotos y Propietarios de Aeronaves, editado por él y la AMPPA.
El boletín creció a ocho páginas y el doctor cumplió
con el encargo hasta el último número del milenio. Una crisis
pulmonar (a la que contribuyó el medio millón de cigarrillos
que calculaba haber fumado en su vida) y un infarto al miocardio en la madrugada
del nueve de enero de 2001, le impidieron publicar el presente número,
pero en su computadora dejó el artículo "Los siete minutos"
que se publica post-mortem.
En los años sesenta obtuvo la licencia de piloto privado
número 6010 y en sociedad con su sobrino José Antonio Fernández
de la Garza, adquirió de don Juan Rodrigo el Cessna 170-A, XB-PEP.
Luego vino el DIK, un precioso Cessna 177 Cardinal, cuyo fuselaje de aluminio
pulido era la envidia de cuantos lo veían, el cual en 1978 cambió
por el que sería el primer y único avión nuevo de su
vida: el Cessna 182-Q, azul y blanco, matrícula XB-AFY, que hoy languidece
en el hangar que lo ha cobijado más de dos décadas.
Además de como piloto, tuve el privilegio de conocer al
doctor de la Garza en otros aspectos y ambientes. Durante más de
veinticinco años fue mi médico, mi amigo y mi suegro. En muchas
ocasiones le pedí consejo y en algunas me lo pidió a mí.
A lo largo de los años de convivencia discutimos sobre miles de trivialidades,
pero contadas veces estuvimos en desacuerdo en lo fundamental.
De familia originaria de Cuatro Ciénegas, Coah., el doctor
de la Garza nació en la ciudad de Tacubaya, Distrito Federal, el
6 de junio de 1925. Su padre era dueño del rancho "Mixcoac",
el cual cambió en 1926 por otro llamado "Coapexpan" en
las cercanías de Xalapa, al que se trajo las vacas. Como las vacas
no eran gran negocio, abrió una botica cerca de la estación
de ferrocarril (en la calle que hoy es Ursulo Galván) donde entre
matraces, marmitas y morteros, el niño Mario descubrió su
vocación.
"Garcita", como le llamaban sus admirados maestros Trillo
y Baz, cursó sus estudios profesionales de médico cirujano
en la Escuela Nacional de Medicina de la UNAM y realizó el internado
en el antiguo Hospital de Jesús. En forma autodidacta se especializó
en ortopedia y traumatología, con tanto éxito que siendo muy
joven fue reconocido y premiado por la American Fracture Association y la
Academia Mexicana de Ortopedia y Traumatología por sus aportaciones
a la cirugía ortopédica en la fijación de caderas y
columnas inestables. Siempre, sin embargo, se consideró un "médico
general" (que hoy se llaman "internistas") con suficiente
criterio y habilidad de manos para practicar la cirugía. Durante
varios años fue director del Hospital Civil de Xalapa y durante muchos
más, jefe del servicio de ortopedia y traumatología de la
misma institución. Médico chapado a la antigua, fue paño
de lágrimas de muchos, confiable segunda opinión para sus
más jóvenes colegas y fiel de la balanza en más de
una discrepancia. Recibió el afecto de casi todos los que lo conocieron,
aunque sé que "amigo" consideraba a muy pocos. Ente ellos
algunos que lo precedieron en la partida y otros que lo seguirán.
Como aviador, había desarrollado algunos vicios (como dejar
ir el bastón en cuanto las ruedas principales tocaban la pista al
aterrizar) y muchos buenos hábitos que lo hacían un piloto
confiable. Estaba muy familiarizado con las características de su
avión y la percepción del entorno. Cuando volábamos
cerca de una pista, muchas veces le "corté" el motor imtempestivamente
y él siempre logró establecer el planeo adecuado para descender
los mil o cuatro mil pies que nos separaban del suelo y aterrizar con seguridad.
Antes de un viaje, extendía las cartas sobre la mesa del
desayunador y a lápiz trazaba las rutas y medía con el plotter
los rumbos y distancias, calculaba los tiempos y el consumo de combustible
y llenaba la tabla de vuelo. Volaba "con la carta la mano" y durante
años no le confió mucho al GPS que le regalé, pero
acabó conquistado por la precisión del aparatito.
La clínica médica y volar fueron sus dos grandes
pasiones, pero tuvo otras menores, como la fotografía en todas sus
modalidades, el golf en época remota, el café y la polémica
siempre. Opinaba que nada hay más aburrido que un diálogo
en el que los dos están de acuerdo, y muchas veces esperaba a que
su interlocutor expresara un criterio, para defender el opuesto.
En el balance final, creo que la Vida fue generosa con él,
aunque también le dio algunos golpes de esos que César Vallejo
llamó "como de la mano de Dios". En el seno familiar ha
dejado un hueco grande y estoy seguro que en la comunidad aeronáutica
se notará su ausencia. Yo, buscaré un buen médico cuando
enferme, pero sé que no encontraré a otro amigo como él.
Como afirma Alejandro Parra en su carta de condolencia: "la vida no
es eterna y es muy frágil... ¿qué más puedo
decir?... descanse en paz... que ya vuela con sus propias alas."
(tomado del boletín NotiFEMPPA de enero de 2001).
|