EL ULTIMO T-34

por Alejandro Parra

El pasado 16 de junio ofrecí a mis amigos pilotos una comida para despedir al último Beechcraft T-34 Mentor de México - o sea el mío - pues mis planes eran llevarlo al festival aéreo de Oshkosh y de ahí a Tennessee, a un taller especializado en Mentors, para detallarlo, ponerle matrícula gringa y venderlo.

A finales de junio tuve unos días libres que aproveché para llevar el Mentor a Oshkosh, ya que en julio no podría hacerlo por mi trabajo y aunque mis vacaciones se iniciarían el 24, yo quería estar en las prácticas de vuelo en formación que se realizarían del 25 al 29, día de inicio del famoso festival.

El vuelo de ruta fue con un tiempo estupendo, acompañado de mi buen amigo Fernando Carrera, piloto de Fokker-100 de Mexicana, quien tiene sólo unas cuantas horas de experiencia en monomotores de pistón, pues tuvo la fortuna de ser contratado cuando acababa de obtener su licencia.

Me reuní con él en Tampico y volamos a Brownsville, Texas, donde nos recibieron muy amablemente y pasamos los tramites de migración y aduana. Proseguimos a Mustang Beach donde nos esperaba y hospedó Jim Smith.

Al otro día, después de emocionarnos con el juego en que México le empató a Holanda, fuimos a la pista y volé con Jim y sus dos hijos, uno piloto de pruebas de la USAF y el otro privado. Después, Fernando y yo despegamos hacia un aeropuertito en las afueras de Houston para recargar combustible y de ahí a otro cercano a Little Rock, Arkansas.

Nuevamente llegamos a fumigar - perdón - visitar a un amigo llamado Jim. Esta vez apellidado McNeill, quien ya nos esperaba en una hermosa pista de pasto ubicada en una península, rodeada de los hogares y hangares de una docena de pilotos y sus aeronaves.

Con orgullo, Jim nos mostró el RV-6 que está construyendo, ya casi terminado y con motor nuevo, y un Piper Pacer que está restaurando. Después de un refrescante chapuzón en el lago - que se antojaba, pues hacia mucho calor - terminamos el segundo día de viaje.

A la mañana siguiente, nuestros amigos nos llevaron en su lancha a desayunar a un restaurante a la orilla del lago y al medio día reanudamos nuestro viaje, aterrizando esa tarde en McComb, Illinois. En este tramo puse a sufrir a Fernando, pues le tocó volar atrás como navegante y yo, de malora, apagué el GPS y le dije: "dame rumbos, distancias y tiempos de aquí a McComb y quiero que identifiques todos los poblados que pasemos en ruta". "Siquiera dame un doble de como usar el plotter y computador, que ya se me olvidó", gruñó Fer, pero yo hice mutis y lo dejé sufriendo y sudando la gota gorda. Le falló la navegación como por 30 millas, pero considerando su poca experiencia en estos menesteres y que la visibilidad estaba reducida y volamos ocasionalmente sobre algunos nublados, no lo hizo tan peor.

De McComb a Oshkosh le tocó a Fer volar adelante y tuvo el honor de "aterrorizar" en Oshkosh. ¡Qué vergüenza! oré pidiendo que nadie nos hubiera visto, pues a pesar de los toques y despegues que previamente practicamos en Acapulco, Fernando todavía "no le agarra el feeling" al Mentor y ni cuenta se da. Después de los rebotes, me dijo orgulloso y sonriente: ¿qué tal....eh?

Dormimos en casa de otro amigo, Dean Ochowicz, y a la mañana siguiente volamos de paseo a Eagle River, casi en la frontera con Canadá, a un fly-in que se había cancelado sin que nos enteráramos. Ya estábamos ahí, así que pedimos el auto de cortesía del FBO y nos fuimos a conocer la zona. Vimos múltiples lagos rodeados de cabañas, parques, bosques, muelles y botes. Por supuesto, era verano; en invierno todo está congelado y ni quien se pare por ahí. Regresamos el mismo día ganándole la carrera a una línea de tormentas que avanzaba (y me hizo recordar aquella de 1993, cuando estaba acampando en Oshkosh con mi PA-18 y casi nos arrastra el viento) y después de dejar el Mentor seguro, tomamos el vuelo de Mexicana de Chicago a México.

El pasado 24 de Julio volví a Oshkosh para las prácticas de vuelo en formación en Sturgeon Bay, otro lugar muy bello, ubicado a 65MN al NE de Oshkosh, casi en la punta de una larga península.

El día 25 me pasé la mañana limpiando el T-34 para que llegara bonito a ver a sus hermanos Mentors, pero aún así fui el tercero en llegar a Sturgeon Bay. Como muchos se retrasaron, los que estabamos improvisamos una práctica de formación y nos dedicamos a recordar las señales en vuelo, los virajes ceñidos, cambios de posición y formaciones.

Por la noche, mi Mentor ya estaba con 17 hermanos en plataforma y en uno de los hangares, decorado con motivos de la Segunda Guerra, se celebró una cena baile. Aviones de esa época estaban estacionados e iluminados a la entrada, entre ellos el B-17 de la EAA. El más joven de los 25 músicos de la orquesta tenía 67 años. La música, por supuesto, fue Glenn Miller y otras grandes bandas de entonces y muchos de los asistentes fueron vestidos a la moda de los cuarenta. Lo único malo fue que Nancy, mi mujer, no llegó hasta el día siguiente y yo no me animé a bailar, pues las damas que no iban acompañadas me llevaban 25 años de edad. Yo tenía la idea de que los gringos no saben bailar, pero estas parejas de viejitos me impresionaron: el swing lo dominaban como profesionales

Los pilotos nos divertimos muchísimo volando en formación y las señoras volando (cuando no estaban comprando) con nosotros, porque realmente en una formación quien disfruta más es el pasajero, pues el que vuela no puede distraerse ni un segundo. Nancy fue la encargada de fotos y videos.

El 28 volamos a Oshkosh en una formación de treinta aviones - dividida en tres diamantes de nueve y una "V" al final. Al hacer la primera pasada de sur a norte, Nancy, que venía conmigo, lloró de emoción al experimentar por primera vez la belleza de volar entre las estelas de humo blanco que soltaban los Mentor sobre los espectadores. Ahí arriba es bellísimo y muy impresionante. Cuando aterrizamos, todavía con la voz entrecortada por la emoción me dijo por el interfón: no lo vendas, no lo vendas.

Durante la semana del festival, el clima fue excelente, pero al final entró un frente caliente que se estacionó y me obligó a volver por Mexicana desde Chicago y dejar el Mentor en Oshkosh, así que la aventura realmente no ha terminado.

Mi T-34 tiene una larga historia en México. Fue adquirido por el CIAAC (Centro Internacional de Adiestramiento de Aviación Civil) y llevado de Wichita, Kansas, a la ciudad de México el 16 de diciembre de 1957. Un mes después fue "capoteado" en Chimalhuacán, cuando tenía menos de veinte horas de uso (se cree que es el único Mentor en la historia que ha sido capoteado). Fue reparado y en 1968 aprendí a volar en él. Cuando en 1980 el CIAAC lo dió de baja, lo adquirí después de año y medio de trámites, pero no encontré quien lo restaurara. Finalmente el mismo CIAAC accedió a hacerlo y en diciembre de 1988, mi Mentor despegó de Santa Lucía. En los dos últimos años he participado con él en Oshkosh.

¿Lo voy a vender? Creo que sí, pero si finamente decido no venderlo lo conservaré en los Estados Unidos con matrícula norteamericana. En México es cada vez más difícil volar y justificar tener un avión como el Mentor. Cada vez hay menos pistas pequeñas en lugares remotos y poco frecuentados. El mantenimiento es un verdadero problema, pues los mecánicos que lo conocen no son "talleres autorizados", así que primero tengo que llevarlo con un mecánico en quien confío y luego "dar una corta" a otro por la firma. Para todo hay que perder tiempo, llenar papeles y hacer pagos (¡hasta para un vuelo local de diez minutos!). Andar en ruta es una complicación: el motor del Mentor consume aceite y en los aeropuertos casi nunca hay, así que el compartimento de equipaje lo tengo que llenar de botes de aceite y el equipaje acomodarlo donde pueda. Tengo que llevar, además, suficiente efectivo, porque no aceptan tarjetas bancarias para el pago de combustible. En fin, para que sigo, todos (menos la DGAC) conocemos el desastre aéreo en que vivimos. Da pena lo que han hecho y hemos permitido que hagan con la aviación mexicana. ¡Cuenten conmigo en la FEMPPA!

Nota de la redacción:

Alejandro Parra vive en Acapulco y es aviador de tiempo completo. Como profesional vuela el único Boeing 757 de Mexicana de Aviación y en sus ratos libres descansa volando el Mentor y un Super Cub; frecuentemente invita a niños y niñas, para despertarles el interés por la aviación. Cuando no vuela organiza competencias y festivales aéreos. El tiempo que le queda lo dedica a construir un avión RV-4, que espera terminar en cinco años, y a jugar a las batallas aéreas en la computadora. A Nancy, su esposa, que es azafata, la enseñó a volar para tener de que discutir.

Una fotografía del Mentor en vuelo puede verse aquí, en la galería de aviones de FEMPPA

 

 

 

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