El Piolín y Guayo frente al hangar siete de Xalapa, Ver.
VOLANDO BAJO José López del Puerto, 1996
Había terminado el Festival Aéreo de Veracruz y nos disponíamos a volar hacia Xalapa, mi hija Marié y yo en el biplano y Guayo Tobalina en el "Piolín", como le dice al precioso Steward Headwind (XB-MEM) que construyó en los setenta a partir de un juego de planos y algunos tubos.
Puse la mano sobre la hélice de madera y dije "puesto". El avión es tan pequeño que no hay necesidad de gritar. "Puesto", contestó Guayo y deje caer mi brazo derecho. La hélice gira al revés porque el motor es de Volkswagen, pero Guayo le adaptó dobles bujías y magnetos para hacerlo confiable. Al segundo intento arrancó y corrí hacia el biplano para seguirlo. Queríamos que el "Piolín" estuviera en Xalapa para exhibirlo en el Rally AMPPA-XALAPA 96 que se celebraría el sábado siguiente.
Ya en Xalapa, guardamos el biplano y el "Piolín" en mi hangar y llevé a Guayo a Córdoba en mi viejo Cessna 182. En el trayecto le mostré un ejemplar de "Sport Aviation", la revista de aviación deportiva de mayor circulación en el mundo, que dedicó a mi biplano seis páginas de su edición de abril de 1996, bajo el título "A Jalapeno Kit-Built Great Lakes".
Al sábado siguiente, en la cena de premiación del rally, la AMPPA (Asociación Mexicana de Pilotos y Propietarios de Aeronaves, AC) le rindió un pequeño homenaje a Guayo, nombrándolo "Decano de la Aviación Xalapeña" ya que, habiendo recibido instrucción de don Juan Bush de Parada, voló solo por primera vez en 1943, en la vieja pista de pasto de "El Lencero", que entonces corría de norte a sur.
Manuel Gilabert, Jefe de la Sexta Región Aeronáutica, fue el orador en la cena e hizo una semblanza de Guayo:
"En su juventud fue Campeón Nacional de Motociclismo y ya en la madurez ganó multiples carreras de automovilismo, incluyendo la Costa a Costa de 1964, de Veracruz a Acapulco.
Montañista infatigable, ha conquistado nuestras cumbres nevadas, las profundas barrancas de Chiapas y Chihuahua y cuanto cerro se le ha atravesado en el camino. Conoce como la palma de su mano el sur de las Montañas Rocallosas en los Estados Unidos, con sus laberínticos ferrocarriles de via angosta que, como toda maquinaria, le apasionan; y en las costas de Veracruz tuvo fama de buen buzo, que sabía moverse entre arrecifes y tiburones como pez en el agua.
Ameno conversador, ávido lector y cinéfilo, conserva en la memoria una enciclopédica colección de obras, personajes y actores, y disfruta de la música vernácula y los tangos."
Una semana después del rally, recibí una llamada de la Asociación Nacional de Biplanos de los Estados Unidos para confirmar mi asistencia a la Biplane-Expo 96, en Bartlesville, Oklahoma, y pocos días más tarde, un fax pidiéndome que llevara el biplano al festival aéreo de Albuquerque, Nuevo México, que se celebraría en la misma fecha. Decidí ir a Oklahoma.
Llegó el momento de partir y salí de casa a las siete. Antes de llegar al aeropuerto, empezó a sonar el teléfono celular. Era Guayo Tobalina para desearme buen viaje y decirme que no había podido llevarse el "Piolín" porque estaba muy atareado construyendo su Cygnet, un avión biplaza al que le ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo. "Quiero apurarme a terminarlo - me dijo- y ahora sí, el año que entra nos vamos juntos", lo mismo que me había dicho el año anterior. "Saludos de Carmela", añadió como dando por terminada la llamada, por lo que me despedí. Una hora después, me encontraba volando hacia el norte en mi biplano.
- "Biplane Gulf Foxtrot Sierra, radar service is terminated, squack VFR, contact Bartlesville Tower in one two zero point zero. Have a good day."
- "Gracias Tulsa", dije en español a la controladora de aproximación de tráfico aéreo de Tulsa, Oklahoma, y sintonicé la frecuencia de la Torre de control de Bartlesville. Estaba a punto de llegar.
El de Bartlesville es un aeropuerto no controlado, pero la Agencia Federal de Aviación instala cada año una Torre de Control durante la Biplane-Expo.
-"Bartlesville Tower, Great Lakes biplane x-ray bravo gulf foxtrot sierra, ten miles southwest at two thousand, inbound, landing Bartlesville."
El controlador me respondió informándome la presión atmosférica, la dirección y velocidad del viento y la pista en uso, pero añadió un efusivo "Welcome to Bartlesville, Jalapeno", que no me dejó duda de que había leido la revista y que los chiles jalapeños son lo más famoso de Xalapa.
Si el chile jalapeño fuera originario de alguna ciudad norteamericana, estoy seguro que celebrarían la Feria del Chile y no la de Las Flores, que habría un Museo del Chile Jalapeño y a los visitantes distinguidos les entregarían el Chile de Oro.
Durante dos días estuvieron llegando aviones y finalmente se abrió el aeropuerto al público. Tres dólares por persona costaba la admisión; niños gratis. La gente podía acercarse a las aeronaves y leer sobre ellas. Cada biplano tenía una tarjeta con información sobre sus características y por los altavoces se escuchaba música, entrevistas y explicaciones. En uno de los hangares estaba el mercado de pulgas, donde había desde la acostumbrada camiseta hasta refacciones originales fabricadas hace medio siglo.
Por veinticinco dólares un biplano verde de motor radial llevaba a tres pasajeros por los cielos durante diez minutos. La cola de espera era siempre larga y el ambiente de fiesta y romance. Los biplanos evocan recuerdos en los visitantes más viejos y despiertan la curiosidad de los jóvenes por una época que, les han contado, fue mejor.
El sábado es el día principal. La mañana estaba fría y el cielo despejado. Jeff, Dan y yo nos reunimos a las ocho y media y a las nueve despegamos hacia el norte. Volamos bajo en nuestros tres biplanos Great Lakes, siguiendo la topografía. Cruzamos un lago y en la ribera opuesta encontramos un coyote. Jeff lo siguió en vuelo lento por un rato mientras nosotros lo seguíamos a él. "José -dijo Dan por el radio- esto es lo más divertido que puede hacerse con la ropa puesta".
Después de cuarenta minutos llegamos a Beaumont, en el estado de Kansas y aterrizamos en una pista de pasto que daba a un camino. Rodamos por él hasta el pueblo, cruzamos un calle y nos dirigimos a un pequeño hotel. "Aircraft Parking" decía un letrero donde estacionamos los tres biplanos. -"¿Huevos con jamón para los tres? " gritó una señora desde la puerta de la cafetería. "Es el quinto año que venimos -me explicaron mis amigos- y siempre pedimos lo mismo para desayunar".
Jeff y Dan son expilotos navales y sobre una servilleta me dieron un breve curso sobre técnicas de vuelo en formación. Yo sería el líder, Dan el ala izquierda y Jeff la derecha. Practicaríamos en el viaje de regreso y antes de aterrizar haríamos un par de pases para el público en Bartlesville.
Todo salió perfecto. Volaban tan cerca de mí que podía ver claramente sus caras. Su entrenamiento era obvio, cada movimiento de mi avión lo imitaban en perfecta sincronía, como si mis mandos estuvieran conectados a los suyos.
Para el aterrizaje nos distanciamos un poco, pero manteniendo la formación lo realizamos simultáneamente. Maniobras de rutina para pilotos militares, pero una experiencia nueva y maravillosa para mí.
Un fotógrafo profesional me estaba esperando en tierra para tomar las fotografías de una entrevista que me habían hecho el día anterior. La cuarta desde mi llegada a Bartlesville.
Durante la Convención, más de una vez pensé en Guayo; sabía que le hubiera encantado estar ahí, entre esos viejos motores radiales que lo llenan todo de aceite, pero para un mecánico son obras de arte que producen música.
Cada año, la Asociación Nacional de Biplanos invita a un aviador célebre al banquete de clausura de la Biplane-Expo. Esta vez el homenajeado fue el coronel Bob Johnson, nativo de Oklahoma, quien al mando de un P-47-B Thunderbolt derribó 28 aviones alemanes, convirtiéndose en el segundo norteamericano con más victorias en la Segunda Guerra Mundial.
Johnson, un hombre pequeño y delgado que en 1943 tenía apenas 22 años, contó sus hazañas y respondió preguntas. "¿Cuál es su principal virtud?", le preguntó alguien. "La agresividad", dijo él. "La suerte", corrigió en voz baja un veterano de la guerra que estaba sentado a mi izquierda. Cuando voltee a verlo se inclinó hacía mí y murmuró: "en la guerra mueren igual los cobardes y los valientes; yo estoy vivo porque tuve suerte, y él también".
El domingo es el día del adiós. Uno por uno, ciento veinte biplanos elevan el vuelo y parten en todas direcciones. Hay abrazos de despedida, intercambio de direcciones y teléfonos y promesas, que nadie cumplirá, de enviar copia de alguna foto "cuando revele el rollo".
Esa noche me quedé todavía en Bartlesville con los recuerdos frescos y mientras cenaba, escribí en el mantel de papel de la cafetería del hotel algunas frases que me venían a la mente: "Los pájaros vuelan bajo". "Quien pierde de vista el suelo, a la larga pierde la alegría de volar". "Lo importante es la jornada, no el destino".
El lunes emprendí el viaje de vuelta. En dos días crucé las grandes planicies de Oklahoma y Texas y llegué al Golfo de México cerca de Houston. Después seguí la costa hacia el sur, volando siembre sobre la playa. Pasé sobre las desembocaduras de muchos ríos hasta llegar a la del Actopan. Lo seguí cauce arriba y cuando vi el "Cerro Gordo" me dirigí a él hasta encontrar la carretera. Sobrevolándola hacia el oeste, a los pocos minutos vi la mancha blanca que es familiar para todos los pilotos de Xalapa: la escuela de policía de El Lencero.
-"Xalapa, el biplano extra bravo golfo fox sierra está cinco millas al este procedente de Tampico, a tres mil doscientos pies con destino a su estación y solicita instrucciones para aterrizar".
-"Buenas tardes, arquitecto -dijo una voz familiar- el altímetro es veintinueve ocho siete, el viento de los ciento veinte grados de seis nudos y la pista en uso, cero ocho. Haga aproximación por la izquierda y reporte en final."
Lo primero que noté al abrir la puerta del hangar, fue que el "Piolín" seguía ahí. No ha podido venir por él, pensé.
Guardé el biplano, hice la última anotación en la bitácora de vuelo y sumé el tiempo volado desde que salí de Xalapa: treinta y cuatro horas con veinticuatro minutos.
Cuando cerraba las puertas del hangar se acercó un piloto local a darme un abrazo. "Siento mucho lo de su amigo - dijo, y al ver mi cara de sorpresa tartamudeó una disculpa y añadió: debí suponer que no le habían dicho que murió el señor Tobalina mientras andaba usted de viaje."
Volví a abrir el hangar y me senté un rato entre los aviones con el alma estrujada. Después le di un beso al "Piolín" y cerré las puertas.
- ¿No es peligroso volar?, me preguntó al día siguiente una amiga de mi esposa. "Sí - le dije- tan peligroso como vivir."
A Guayo lo conocí hace veinticinco años, pero el doctor De la Garza, presidente de la AMPPA, compartió con él la niñez en una Xalapa que todavía se escribía con jota, donde los techos olían a barro mojado en los días de lluvia y los amigos eran para toda la vida.
En el funeral, me contó el doctor, un hijo de Guayo comentó que para igualar lo que su padre había hecho en setenta, un hombre normal necesitaría doscientos años.
Probablemente se quedó corto. Eduardo Tobalina Beltrami fue un hombre universal de mente brillante, con capacidades y habilidades fuera de lo común, que disfrutaba volar bajito, pero dejó una estela imborrable en la aviación y en el corazón de sus amigos.
Ahora que vuela alto, que lo haga en Paz.