CIEN AÑOS DE PLENITUD.

Después de varios días de haberlo hecho con nublados bajos y visibilidad limitada, un martes de este abril tuve la suerte de volar en mi Cessna sobre la planicie de Texas y Oklahoma con "Ceiling And Visibilty Unlimited", mientras por los audífonos escuchaba arias sacras en la cálida voz de Andrea Bocelli. La experiencia fue muy agradable.

Al siguiente domingo encontré en Sun-N-Fun, el festival de aviación que anualmente se celebra en Lakeland, Florida, un stand dedicado al centenario del primer vuelo de los hermanos Wright en 1903. Disfruté los detalles que ahí se mostraron de ese vuelo, la excelencia de las aeronaves y la pericia de sus pilotos en el espectáculo aéreo, los sofisticados equipos electrónicos en exhibición y, por supuesto, el mercado de pulgas, donde compré tela anaranjada para reemplazar la del pequeño cono que el viento hace girar sobre el hangar siete de Xalapa.

Antes de dormir y gracias al horario de verano, a través del cristal de una ventana que daba al poniente disfruté el colorido de una puesta de sol sobre una plantación de chabacanos, mientras hojeaba (y ojeaba) un libro que recibí de regalo poco antes del viaje y nunca había leído en español: Biplano, de Richard Bach. En la página 80 encontré el pasaje donde el autor reflexiona sobre el vuelo de los Wright, y quizá porque la dulzura de miel del vuelo CAVU seguía en mi paladar, me pareció que la traducción no reflejaba lo que Bach quiso decir, así que decidí rehacerla libremente:

"¿Gozarán las gaviotas y los halcones con el vuelo? Probablemente no. Quizás ansían caminar sobre la tierra y saber lo que se siente al estar firmemente apoyado y no sometido a los vaivenes de las corrientes de aire. ¿Me gustaría decir: te cambio de lugar, halcón? Inicialmente me atrae la idea, pero tendría que poner ciertas condiciones y cuanto más lo pienso más son las condiciones que se me ocurren, hasta que finalmente concluyo que sólo deseo ser yo mismo con la posibilidad de volar. Y es lo que soy en un avión. Prefiero mi vida y mi torpe y ruidosa forma de avanzar por el aire, porque al esforzarme de esta manera puedo gozar el vuelo plenamente. Si no significara esfuerzo, al poco tiempo, aburrido, lo cambiaría por algo que constituyera un desafío.

Un desafío fue inventar un medio que nos permitiera volar. El hombre, atado a la tierra, buscó y soñó y trabajó durante mucho tiempo antes de conquistar el vuelo. Lo intentó con alas similares a las de las aves; ensayó con velas como las que utilizaban las embarcaciones; probó con el impulso de los cohetes de pólvora, papalotes, tela, plumas, madera, motores de vapor, pájaros aleteando dentro de grandes redes y estructuras de bambú. Ascendió hasta la cumbre de una montaña y ahí desplegó sus alas y corrió pendiente abajo y se lanzó al aire. Finalmente el hombre pudo volar y saborear esta extraña dulzura. Luego vinieron los timones, los pedales, los mecanismos, las manivelas y un pequeño motor de gasolina de fabricación casera. El motor fue conectado a un par de hélices por medio de cadenas, el conjunto adaptado sobre unas alas y el piloto, tendido en el ala inferior, voló unos metros.

Hoy, el hecho de volar es al principio una especie de diversión ciega, algo diferente que hacer, pero luego, a veces la alegría de poder controlar el pájaro se transforma súbitamente en el sueño de ser el pájaro. Se obtiene una licencia de piloto y las alas que en tierra sólo son madera y tela o láminas de aluminio, durante el vuelo cobran vida de modo que uno puede sentir las plumas agitadas por el viento. Primero advertimos el cambio que sufre el mundo exterior a nosotros... luego descubrimos que el avión es un maestro gentil y persuasivo, de paciencia infinita, que puede enseñarnos todo lo que seamos capaces de aprender del vuelo y la Vida... después empezamos a ver el cielo y la tierra como símbolos... y finalmente, un día nos damos cuenta que nuestro interior ha cambiado para siempre."