El cielo era tan limpio como puede serlo en un día despejado a trece mil pies de altitud, y ascendíamos lentamente hacia el Este, sobre las montañas nevadas de Colorado. Mi hija en el asiento izquierdo y yo en el derecho. A pesar de que la temperatura era de diez grados bajo cero, íbamos adecuadamente abrigados y no teníamos frío. Durante algunos minutos nos mantuvimos a altura constante sobre el terreno, pero finalmente la distancia se fue acortando e hicimos contacto con la nieve. Aunque en el primer instante me desconcerté, afortunadamente no perdí el control. Marié, con la agilidad de su juventud, saltó del asiento sin problemas y cuando la vi estaba unos metros adelante, con los gogles obscuros puestos, lista a empezar el descenso, igual que lo habíamos hecho juntos siete años atrás. Mientras viajábamos en la silla del teleférico, recibiendo el viento, pensé en lo parecido que era la sensación, a volar bajito en mi biblano de carlinga abierta. Habíamos llegado a la cima de una pista marcada con color verde, de las fáciles de esquiar, pero nada en ese primer día me parecía fácil. A mi edad siete años no pasan en balde y ni en las maniobras más elementales mi cuerpo respondía con la velocidad que ordenaba mi mente. Descendí con precaución y al llegar abajo decidí que lo más sano sería contratar un instructor y averiguar por qué, igual que en el biplano, virar hacia la izquierda me resulta natural, pero hacia la derecha tengo que esforzarme. Lo hice y gradualmente fui readquiriendo al menos parte de la destreza perdida. Días después, recibí un mensaje de Luisa Romero mencionando los entrenamientos de acrobacia aérea en que participará este año en los Estados Unidos, a pesar de que para mí, que soy un neófito, las maniobras de acrobacia que Luisa hace, me parecen admirables. Quienes volamos sabemos por experiencia propia que la práctica hace al maestro, pero no siempre tenemos la disciplina y humildad de Luisa para someternos voluntaria y periódicamente a entrenamiento bajo la tutela de un instructor. Volamos cien horas al año y sentimos que estamos como filo de navaja, cuando la verdad es que lo hacemos llenos de vicios y mañas y un par de horas bajo la tutela de un instructor capacitado no nos caerían mal. Recibir instrucción sobre los procedimientos normales de operación, es muy distinto a lo que en México, a alguien que seguramente no es piloto, se le ocurrió para "prevenir accidentes": exigir anualmente "práctica de emergencias" simulando paros de motor, para la renovación de licencias de piloto. Lo que no consideró, a pesar de que eso si puede averiguarse desde un escritorio, es que la mayoría de accidentes mortales suceden durante la operación normal de un avión, no durante emergencias. En los Estados Unidos, los pilotos deben someterse cada dos años a una revisión de procedimientos y maniobras de vuelo (BFR o Biennial Fligth Review) con un instructor. No es un examen, si no una sesión de práctica refrescante. Una de las primeras propuestas de FEMPPA a la DGAC fue que se elimine en México la "pràctica de emergencias" y en su lugar haya algo similar a la BFR norteaméricana. Quizá habrá que esperar a que la DGAC vuelva a estar en manos de gente de aviación, para al menos recibir respuesta.
|