William, hijo del W. Langewiesche cuyo nombre cito cada mes al inicio de esta página, acaba de publicar un libro titulado "Inside the Sky, A Meditation on Flight", en el que hace reflexiones interesantes para quienes volamos Por ejemplo ¿puedo afirmar que he visitado un lugar que he sobrevolado? Quienes viajan por tierra o en aerolíneas dirían que no, pero la respuesta no es tan sencilla cuando se vuela lo suficientemente bajo para distinguir los detalles y lo suficientemente alto para que la velocidad no los distorsione. Volar ha convertido al mundo es una extensión de nuestra casa. Lo que desde el cielo reconocemos con mayor emoción son las huellas humanas: poblaciones, carreteras, presas, plantaciones, ferrocarriles. La superficie del planeta es la más espontánea y compleja creación del hombre a través de milenios. Volar es algo nuevo en la historia que nos ha permitido vernos dentro del contexto de la naturaleza. La historia del hombre está escrita en el suelo en patrones que se repiten de un modo que ignorábamos, siguiendo un sentido. Descubrir este sentido requiere no sólo que contemplemos el suelo desde el cielo, si no que superemos la ilusión de pequeñez (¡parecen hormiguitas!). O mejor dicho, que la superen quienes no están acostumbrados a volar, porque los pilotos generalmente desarrollamos un sentido integral de la geometría terrestre. Cuando viajo por carretera de Veracruz a Xalapa, por ejemplo, inconscientemente imagino la posición de mi auto como si lo estuviera viendo desde el cielo. Cuando veo los árboles sé que atrás está la barranca. Cuando bajo a Plan del Río, me parece que me estoy desviando hacia el sur innecesariamente. William narra la historia de John Brinkerhoff Jackson, quien desarrolló un amplio sentido de la "visión aérea" a pesar de no ser piloto y haber volado muy pocas veces. Cuando murió (1966) en el poblado chicano donde vivió modestamente los últimos años de su vida (La Ciénega, Nuevo México) limpiando el piso de un taller mecánico, sus vecinos se enteraron que "John" perteneció a una familia aristócrata, poseyó una considerable fortuna y fue profesor laureado en las universidades de Harvard y Berkeley. J.B. Jackson, como el mundo lo conocía, fundó en 1951 la revista "Landscape" para defender el paisaje vernáculo. Es decir, aquel en el que la gente realmente vive, en oposición al que le dicen que debe vivir. En la revista escribió: "Es desde el aire donde la relación entre los paisajes natural y humano se revela por primera vez claramente. Los picos y cañones son menos impresionantes vistos desde arriba; sus dimensiones verticales son apenas discernibles por las sombras azules que proyectan; y la porción no humana del planeta es muy uniforme. Lo que salta a la vista y despierta interés es no la arena de la playa, si no las evidencias del hombre. ¿Por qué ese dibujo?... Plantearnos la pregunta es más importante que hallar la respuesta. Significa que como los viajeros aéreos, hemos adquirido una nueva perspectiva del mundo humano... Los territorios pueden ser pobres y haber en ellos enfermedad, hambre, revolución o caidas de la bolsa; y está bien que conozcamos los síntomas. Pero lo que a ningún territorio le falta es carácter, ningún lugar habitado por el hombre deja de tener el encanto que le dio origen." Jackson concluye su ensayo con una propuesta aparentemente simple, pero que cincuenta años después sigue teniendo validez: "Un libro rico y hermoso está siempre abierto bajo nosotros. No nos resta más que aprender a leerlo". |