Aunque esta historia es más adecuada para la columna al reverso de esta página, la cuento aquí para solaz de los ammpones. Para no pecar de indiscreto, me limitaré a revelar que el protagonista es piloto y el avión de marca conocida. Nuestro personaje llegó al aeropuerto un domingo como a las nueve de la mañana y de inmediato se dirigió a su hangar, donde inútilmente trató por varios minutos de abrir con la llave el oxidado candado, decidiéndose por fin a hacerlo con el martillo de bola de las herramientas del auto. Que el tipo es previsor lo demuestra el hecho de que, además del martillo, traía en la cajuela cables pasacorriente, una bomba de aire portátil con la que infló las tres llantas del avión y una franela con la que limpió los excrementos de pájaro del parabrisas. Durante la revisión de prevuelo no pudo sacar la varilla del aceite, que se había pegado al motor, pero afortunadamente recordaba que el nivel era correcto la última vez que había volado. Ya con el parabrisas limpio y las llantas infladas sacó el avión del hangar y, después de pasarle corriente de la batería de su auto con ayuda de uno de los mirones, procedió a rodar a la cabecera de la pista. No había salido de la plataforma cuando el motor se apagó, por lo que el piloto, después de analizar los posibles motivos, se dirigió a un hangar vecino y pidió prestada una cubeta con gasavión que, con buen tino, puso en el tanque derecho (ya que el izquierdo no tenía tapón). El mirón volvió a ayudarlo con la corriente y, ahora sí, el piloto llegó a la cabecera, donde realizó las pruebas de rigor determinando que uno de los magnetos funcionaba bien, por lo que procedió a despegar. Habría recorrido media pista cuando, aplicando su buen juicio, decidió abortar el despegue considerando que no quedaba suficiente asfalto para irse al aire. Aplicó los frenos a fondo pero sólo funcionó el izquierdo, provocando una rabeada que hizo que se abriera la puerta derecha y cayeran a la pista unas viejas cartas que de inmediato volaron con el rumbo de la carrera debido al viento prevaleciente. Lo que también voló con la frenada fue la llanta izquierda; por suerte una de las luces de la pista le sirvió de tope y los daños no pasaron del amortiguador. El piloto, frustrado por su mala suerte, decidió vender el avión cuanto antes y logró que un hombre versado en la materia se lo cambiara por un lote cerca del mar. El nuevo dueño le hizo al avión una reparación a conciencia (la suya) y a su vez lo tracaleó por otro lote (de artículos diversos). El actual propietario se lo llevó al otro lado, por lo que el avión ya no está en Texas (que es donde sucedió todo esto), de modo que dejo el final de esta historia para que lo averigüe el Zopilote Vengador.
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