Desde el principio de la aviación, cuando solitarios aventureros se elevaban por los cielos y en Europa se construían aeropuertos circulares preparándose para la primera guerra mundial, las pláticas de café de los aviadores han tenido como tópico principal la razón por la qué vuelan los aviones. Cada quien tiene su propia teoría, pero hay dos grandes bandos: el de "las alas" y el de "la potencia". "Las alas -afirma un bando- crean sustentación y esta hace posible el vuelo". En apoyo a su teoría citan a Bernoulli, Newton y otros ilustres físicos cuyos nombres impresionan a quienes los escuchan. Otro bando sostiene que "potencia, no alas, es lo que se necesita para volar", y hasta han creado frases célebres como aquella de que "con suficiente potencia, hasta un ladrillo vuela". Los jóvenes que por primera vez se enfrentan a tales argumentos quedan convencidos de los conocimientos y autoridad de quienes los esgrimen, porque indudablemente tienen un sustento científico-lógico. Lo que ignoran es que los viejos lobos del aire los repiten una y otra vez para ocultar el verdadero secreto del vuelo, que sólo se llega a saber con la experiencia. Como el juramento hipocrático, la verdad sólo se transmite a los iniciados y nunca se revela a quienes podrían, con su mal uso, afectar el mundo de la aviación. Curiosamente, ser piloto comercial no es suficiente para llegar al verdadero conocimiento, como tampoco lo es la capacidad de volar por instrumentos, ni el haber acumulado miles de horas en una aerolínea. Para conocer la verdad el piloto debe, necesariamente, convertirse en propietario de un avión, y después de cuidadosos cálculos en privado llegará a la conclusión de que lo que hace volar a los aviones es el dinero. Por supuesto, el dinero produce "la potencia suficiente" para que "las alas" desarrollen sustentación y el avión se eleve por los cielos. La suprema verdad es guardada celosamente porque su difusión podría causar estragos entre quienes profesan la fe de la aviación. Es preferible que la esposa siga pensando que el servicio de mil horas del avión de su marido costó menos que el vestido que acaba de comprarse, y que le diga a sus amigas que "mi viejo invierte, no gasta, porque los aviones siempre suben de valor" y que "viajar en la avioneta nos sale más barato que en el coche, porque consume lo mismo de gasolina, pero se hacen menos horas." La verdad es demasiado peligrosa para que la conozca cualquiera, y esto lo han sabido siempre los iniciados, llámense Hipócrates, Maquiavelo o Salinas (me refiero Rubén, mi amigo, por supuesto). |