Dice Frederick Forsyth, quien fue piloto de la RAF (Royal Air Force) antes que novelista ("El Día del Chacal", "Odessa", etc.), que la arrogancia es propia de quienes viven en las ciudades rozándose unos contra otros como piedras de río hasta que quedan redondos y lisos. Los que transitan por lugares solitarios son individuos con más aristas y humildad. Cinco son los lugares verdaderamente solitarios y nadie los ha visitado sin recibir una lección sobre la fragilidad del ser humano. Los cuatro primeros son la alta montaña, el ártico, el desierto y el mar. El quinto de los lugares verdaderamente solitarios es, por supuesto, el cielo que se extiende sobre nosotros y donde nada vive o crece. El cielo es único porque el hombre, que puede desplazarse por sí mismo por las montañas, el hielo, la arena y el agua, no puede hacerlo en el aire. Inventar una máquina con la cual volar fue probablemente la última de las grandes aventuras individuales del ser humano y en ello radica el encanto de los aviones antiguos. En los primeros días de junio estuve con mi biplano Great Lakes en la convención "Biplane Expo 95" en Bartlesville, Oklahoma, y tuve la oportunidad de disfrutar del sonido de lentos motores radiales, admirar verdaderas piezas de colección y convivir con sus actuales pilotos. Bartlesville es una ciudad pequeña pero interesante. Cuna de Frank Phillips, es la sede de BPC (Phillips Petroleum Company), una de las compañías petroleras más grandes del mundo, cuyo edificio principal fue diseñado por el famoso arquitecto Frank Lloyd Wright. Durante todo el año celebran convenciones y festivales debido, en parte, al entusiasmo de cientos de jubilados que emplean su tiempo en su organización y desarrollo. De ida y vuelta al hotel, los pilotos de biplanos eramos transportados en vehículos nuevos proporcionados por las agencias locales de automóviles y conducidos por jubilados amigables. A varios pregunté porqué lo hacían y obtuve la misma respuesta: por el placer de ser útil y charlar con gente como usted. A pesar de los frecuentes aguaceros, 240 aviones se reunieron en Bartlesville, 106 de ellos biplanos. El único con matrícula mexicana decía también en los costados "Jalapa, Veracruz, México". Contra la costumbre xalapeña, lo escribí con jota porque si bien nadie conocía mi ciudad, todos se habían enchilado con "Jalapeño" y muchos relacionaban las palabras. Mi Great Lakes fue el segundo de su tipo en llegar. El primero fue el de Jack Harloe, doctor en sociología y exprofesor universitario, procedente de California. Después de una vida de volar Pipers, Cessnas y Mooneys, Jack adquirió el biplano hace seis años, cuando él tenía setenta, y desde entonces no quiere saber nada de monoplanos. Ciclista consumado, hace poco atravesó los Estados Unidos en bicicleta de costa a costa. Los días que conviví con él fueron suficientes para apreciar su calidad humana y decidirme a planear juntos una futura aventura en los biplanos... siempre y cuando sea sin bicicletas. Un capitán de aerolínea que llegó en un viejo Waco sin instrumentos, confesó: "andar allá arriba con cabina presurizada, radar, autopiloto y director de vuelo me hace sentir omnipotente; el biplano me da lecciones de humildad y me recuerda quien soy". Y es que sólo existen dos tipos de pilotos, los que han recibido esas lecciones y los que las recibirán algún día si vuelan lo suficiente. Como en toda aventura, no faltaron las coincidencias. De ida hacia Bartlesville aterricé en Holdenville, Oklahoma, y recargué combustible. Cuando regresaba a la pista, un Stearman C3B, 1928, con alas amarillas, estaba aterrizando. Esperé a que lo hiciera y le cedí el paso a la plataforma mientras los tripulantes nos saludábamos con los brazos en alto. En los días siguientes vi el biplano en Bartlesville pero no al piloto. Volando de regreso hacia Xalapa, me encontraba 35 millas al oeste de Houston, Texas, cuando mi radio falló. Busque la pista más cercana y cinco minutos después aterrice para revisarlo. La pista era de pasto, franqueada por casas con hangares. Un ciclista vino hacia mí y a señas me invitó a rodar hasta su casa, en cuyo hangar estaba... el Stearman de alas amarillas. Dennis Blankenbaker, el ciclista, resultó ser un tipo interesante. Actualmente capitán de Boeing 737 en Continental, posee también licencia de mecánico de aviación y durante años voló aviones ligeros en Alaska. Apasionado de los biplanos, en su hangar tiene otro Stearman en proceso de reconstrucción. Miles de familias acudieron a ver los biplanos en Bartlesville, pues si bien hubo una época en que eran los aviones predominantes, en ésta son algo extraño en cualquier sitio. Según estadísticas oficiales, menos del tres por ciento de los pilotos con licencia en los Estados unidos ha volado alguna vez en biplano y dondequiera que aterricé hubo quien se acercara a ver el avión y hacerme preguntas. Mi Great Lakes tiene combustible para volar aproximadamente dos horas y media a 90 nudos de velocidad, lo que, manteniendo una prudente reserva, me obligaba a hacer escala cada 160 millas náuticas. Además, como no tiene equipo de identificación en radar (transponder), en los Estados Unidos debía aterrizar antes de penetrar a un espacio aéreo controlado y pedir autorización por teléfono al supervisor de controladores. A pesar de que (bajo ciertas condiciones) siempre me fue otorgada la autorización, cada controlador me regañaba en el primer contacto por radio y tenía que explicarle que se trataba de un biplano mexicano de carliga abierta legalmente autorizado a volar en "su" espacio. Después de la explicación todos cambiaban de actitud y me brindaban facilidades. Casi todo el viaje lo hice a setecientos pies sobre el terreno porque parte del encanto de un biplano es volar bajo y lento siguiendo las carreteras o la costa, descubriendo pequeños arroyos y ocultos parajes, o saludando con alabeos a los niños que lo hacen desde el suelo con sus gorras. En la cena de clausura de la convención tuve el honor de recibir una placa por haber construido mi avión y recorrido la mayor distancia en carlinga abierta. Grandes de la aviación deportiva norteamericana estuvieron presentes, entre ellos Paul Poberezny y Frank Price. Paul, diseñador de aviones, fue fundador de la EAA (Experimental Aircraft Association) y creador de Oshkosh, el mayor festival aéreo anual del mundo. Frank, miembro del salón de la fama de la aviación, es quien en 1975 ejecutó "sin trucos fotográficos" las maravillosas maniobras aéreas de la película "The Great Waldo Pepper" (aunque los espectadores salgan convencidos de que fue el jovencito Robert Redford). Lo único triste de mi aventura fue nuestra fama. México, por la cercanía y el clima, es muy atractivo para los pilotos norteamericanos de biplanos, pero los refrenan las historias de terror que entre ellos circulan sobre los aduanales, el papeleo y las mordidas. Un piloto de Arizona, que en español sólo sabe decir "bandidous", contó sus experiencias en nuestro país y tuve que reconocer que, por desgracia, la corrupción y arbitrariedad existen en nuestras fronteras. A todos aseguré que Veracruz es diferente.
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