William L. Whitehurst

 José López del Puerto

Billy Whitehurst

Volar ha sido siempre uno de los sueños del ser humano. Volaron los dioses mitológicos, los seres sobrenaturales y los ángeles, pero durante milenios el hombre sólo soñó volar.

El nacimiento de la aviación provocó un sentimiento universal casi místico hacia las primeras aeronaves y sus pilotos, que materializaban el milenario anhelo. Las máquinas voladoras eran algo más que máquinas.

Decenios más tarde, la llegada de Armstrong a la luna, en medio de la mayor publicidad de la historia, no logro un efecto siquiera semejante, porque fue producto de un equipo altamente técnico pero frío, que no reflejaba el espíritu humano de individualidad.

Es revelador que apenas un año después, en 1970, Richard Bach, un piloto romántico que recorría los Estados Unidos en un viejo biplano, haya logrado el mayor éxito literario de la década con "Jonathan Livingston Seagull" (Juan Salvador Gaviota), donde el vuelo de un ave pulsó la cuerda que el cohete lunar no pudo.

El verano pasado tuve el privilegio de volar durante dos semanas con Billy Whitehurst en sus aviones: un biplano Great Lakes y un Piper Cub que fue de su padre y en el que realizó su primer vuelo solo hace muchas décadas. Posteriormente Billy acumuló en bitácora más de 32000 horas, la mayoría como instructor en "Bolivar Aviation", la escuela que fundó e hizo mundialmente famosa.

Cuando se retiró, conservó su viejo Piper Cub y adquirió el Great Lakes. "Es un biplano con alma -me dijo- lo volé en los cincuentas y desde entonces decidí que tendría uno cuando volara sólo para mí". Cuando hice un comentario sobre su extraordinaria habilidad para realizar suavemente maniobras acrobáticas, negó tener mérito "es el avión -me dijo- fue de Sandy Pierce, la famosa acróbata".

En febrero terminé de armar el Great Lakes que he estado construyendo, en el hangar siete del aeropuerto El Lencero de Xalapa, y le envié a Billy una foto del avión. En respuesta recibí una llamada de su hija informándome que el corazón de Billy se detuvo una noche de diciembre.

En las horas que pasamos juntos en la carlinga bajo el sol de Tennessi y en las que compartimos en tierra hablando de aviones cuando la lluvia o la niebla nos impedían volar, descubrí en Billy un ser humano cálido y generoso, en paz consigo mismo, que volaba por satisfacer una añoranza existencial.

En su honor un aeropuerto norteamericano lleva hoy su nombre; y un pequeño biplano xalapeño, mi Great Lakes, dice en el morro "Billy Whitehurst".

Xalapa, Veracruz, México. Mayo de 1995.

Oprima aquí para ver la página donde apareció este artículo en Sport Aviation, la revista de la EAA.

Billy Whitehurst

Flying has always been one the dreams of the human being. The mythological gods flew, as well as the supernatural heroes and the angels.

The birth of aviation caused a universal feeling almost mystical towards the aircraft and their pilots, which materialized the desire. Flying machines were sometime more than machinery.

Decades later, the arrival of Armstrong on the Moon, under the biggest media coverage of history, didn't achieve a similar effect because it was the product of a very hi-tech team which didn't reflect the human spirit of individuality.

It is revealing that just a year later, in 1970, Richard Bach, a romantic pilot who crisscrossed the U.S. in an old biplane, achieved the greatest literary success of the decade with Jonathan Livingston Seagull, a book where the flight of a bird pulsated the string that the spacecraft couldn't.

In the summer of 1994 I had the honor of flying two weeks with Billy Whitehurst in his airplanes: a Great Lakes biplane and a piper Cub which one belonged to his father and in which he soloed many decades ago. Afterwards, Billy accumulated in his logbook more than 32,000 hours, many of them as an instructor at Bolivar Aviation, the school he established.

When he retired, he kept his old Cub and acquired the Great Lakes. "She is a plane with a soul", he told me, "I flew her in the 50's and since then I decided I wold own one some day, to fly for myself." When I commented about his outstanding ability to perform aerobatics with finesse, he denied any merit. "It's the plane," he told me "it once belonged to Sandy Pierce, the show performer."

In February 1995 I finished the Great Lakes wich I was building and mailed Billy a picture of it. In response I got a call from his daughter letting me know that Billy's heart stopped on a December night.

During the hours we spent together in the cockpit under the Tennessee sun and during the times we shared hangar flying when rain or fog grounded us, I discovered in Billy a warm and generous human being, in inner peace, who flew to satisfy an existing nostalgia.

In his honor an American airfield bears his name, and a little Mexican biplane, my Great Lakes, has inscribed on the cowling the name of Billy Whitehurst.

Xalapa, Veracruz, Mexico. May 1995.

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